El enamoramiento es un síntoma. Parte 3

Todo comienza en la infancia... Teoría de las relaciones objetales

Continúa de las partes anteriores: Parte 1  Parte 2

Parte 3

  1. Todo comienza en la infancia. Formas de relación del niño con su entorno y consecuencias[1]. Teoría de las relaciones objetales (Madres toxicas):

¿De dónde vienen los trastornos mentales?.

En una primera clasificación general, podríamos decir que hay tres tipos de causas, todas con el mismo resultado final: conflictos de todo tipo y merma de la calidad de vida, tanto en la persona que los padece como en aquéllas de su entorno cercano.

  1. Endógenas: es decir la patología de la persona se origina dentro de sí misma, no es producida por ningún agente exterior físico ni psicológico. El sujeto habría heredado la “disposición”.
  2. Exógenas: En este caso las causas sí se habrían ocasionado por medio de fuentes externas. Algo en el ambiente provoca un desequilibrio en la persona, que lo padece pasivamente en la mayoría de los casos.
  3. Reactivas: sería una posición intermedia, de hecho un médico llamó a cierto tipo de depresiones: “endo-reactivas”, es decir, son ocasionadas en el interior, pero como reacción de esa persona a sucesos y experiencias del exterior. Un disgusto puede tener un papel desencadenante de males mayores. Cómo respondemos ante un estímulo procedente de la sociedad, es un tipo de causa de conflictos personales, presentes y futuros.

Las teorías psicosociales y las teorías de las relaciones objetales, nos dan mucha luz respecto al tema que nos ocupa, afirmando, con no poco fundamento, que es la etapa infantil la que habría que cuidar poderosamente, ya que es ahí donde se sientan las bases para la forma de ser y de interpretar el mundo que tendrá el posterior adulto.

 

Estas teorías tratan de cómo las personas se relacionan con los demás, pero ¿por qué se llaman teorías de las relaciones “objetales”? (No nos referimos aquí al concepto freudiano del término. Estamos situados dentro de la perspectiva neoanalítica de la década de los 80 en adelante (J. Klein, St. Clair…etc.).) porque hablan del “objeto”. El objeto es “otra persona” (no siempre es una droga o una ludopatía). Las teorías de las relaciones objetales se interesan y concentran en aquellas relaciones personales cuya forma de vincularse es teniendo a la otra parte como objeto, es decir: como fuente de satisfacción de sus necesidades. Además, estas personas tienen como función fundamental de su “yo” esa relación con otra persona.

Esta corriente –neoanalítica- tiene como ideas clave las siguientes:

  • La forma como nos relacionamos con los demás, se establece durante las experiencias recibidas en nuestra niñez temprana.
  • Los patrones que nos formamos durante ese tiempo, tienden a repetirse para el resto de nuestra vida adulta, resultando francamente complicado –aunque no imposible- salir de ellos totalmente.
  • El recién nacido no distingue entre él mismo y el resto del mundo. Todos comenzamos la vida con la sensación de una fusión psicológica absoluta con los demás. Esa sensación es armoniosa y muy placentera, difícil de dejar atrás.

¿En qué consistiría el desarrollo de la personalidad progresivo? En ir abandonando correcta y paulatinamente esa fusión, hasta lograr convertirnos en ese individuo particular y autónomo, repito, que todos somos.

A la fusión que el niño percibe con su madre, se llama SIMBIOSIS. El niño no sabe dónde acaba él y dónde empieza la madre. Se vive unido simbióticamente a ella, no sabe ni si hay diferencia entre el pezón de la madre y su propio dedo pulgar. El desarrollo progresivo hará que el niño avance hacia la propia separación-individuación.

Esto,  podríamos pensar que se logra de forma sencilla y casi natural, pero nos sorprenderíamos sin embargo si fuera posible recordar el esfuerzo agotador que nos supuso tal proceso, así como las interferencias e impactos que encontramos a lo largo de dicho camino.

Primero, tuvimos que arriesgarnos a explorar el mundo, ya algo alejados de nuestras madres, pero no demasiado bruscamente, ni de forma excesivamente prolongada, pues el niño podría empezar a experimentar angustia e inseguridad, o lo que se llama “ansiedad de separación”. A más ansiedad de separación, más necesidad intensa de vinculación con la madre, y más deseos de que ésta lo ame (pues se siente privado/a de ese vínculo vital en los comienzos de la vida). Esa “herida” le acompañará para siempre y determinará el modo de relación que establezca con otros.

El niño/a tiene sentimientos contradictorios: quiere ser cada vez más independiente y a la vez quiere saber que puede volver cuantas veces lo necesite a la protección maternal (Cuando mencione a la madre, no sólo me refiero a ésta, sino al padre y/o a cualquier otra figura adulta que cuide al niño y que sirva a éste de referencia en la infancia. Aquellas figuras de autoridad y de amor que convivan con el niño y le influyan decisivamente desde los comienzos de su vida). Se establece un delicado equilibrio entre la necesidad de independencia y la necesidad de ser amado, que no nos abandonará tampoco en la vida adulta, y que redundará en mayor o menor grado de equilibrio según los avatares –positivos o negativos- a los que hayamos sido expuestos.

La madre, deberá combinar su presencia (física y/o emocional) con una actitud global que a su vez le dé al infante un “empujoncito” hacia la independencia y su propia individualidad.

Merece la pena citar el siguiente párrafo de forma literal (Carver, Charles S.; Scheier, Mihael F. Teoría de la personalidad, 3 era ed., Traducción María Elena Ortiz Salinas, Cap. 11, pag. 294)  ya que explica de forma muy clara el tema central en que tanto ahondaré en este trabajo, sobre la transferencia, qué es, y cómo se gesta en la infancia:

En algún momento, (hacia los tres años) el niño desarrolla una representación mental estable de la madre (que incorpora las interacciones y los sentimientos asociados con ella) de modo que siempre esté, simbólicamente, con él. La “relación con el objeto” ha sido internalizada y en el futuro el niño utilizará la internalización de dos maneras: primero, la imagen será empleada siempre que se relacione con la madre, y cualquier representación que se haya formado de ella se convierte en la lente a través de la cual será vista en el futuro; segundo: y quizá más importante, la imagen interna será generalizada a los demás.  En muchos aspectos el individuo se comporta con los demás como si éstos fueran sus padres (o cualquier otra persona que haya sido importante en su infancia).

Dicho con palabras sencillas, podríamos resumirlo en tres ideas:

  • Todo niño/a necesita poder representarse simbólicamente a la madre, y esto sólo se consigue si ésta logra transmitirle tal seguridad y amor que el niño entienda que “incluso cuando ella no está”, de algún modo está. De lo contrario, el niño (y el futuro adulto) necesitará continuamente su presencia física, cosa que se hace imposible. El apego sería brutal, de ahí que tenga que dar el paso a entender que aunque ella no esté, existe, le cuida, vuelve.
  • La imagen que se haga de su madre en los dos o tres primeros años, es la que de algún modo le queda para el resto de la vida (si le pareció fría y autoritaria, la sombra de que es así, y el miedo consiguiente, siempre estarán presentes para él).
  • Esa imagen que interiorizó (de miedo, frialdad y falta de cariño, siguiendo con el ejemplo) se generaliza; es decir, no se reduce a una mera impresión sobre “su madre” sino que pasa a ser la lente global a través de la que mira el mundo todo. Si su impresión es de inseguridad, de no ser amado por su madre, esa misma actitud interior y sensaciones tendrá con el resto de la gente que se cruce en su camino (transfiere, pues, su mundo interior, al afuera, a los demás, especialmente con aquéllos de los cuales desee ser amado o respetado, valorado…etc.).

Esta idea nos puede parecer imposible o absurda, pero es porque tenemos nuestros patrones de vida y nuestra forma de percibir el entorno tan sumamente aceptada, de forma inconsciente, y estamos tan inmersos en esos patrones enfermizos, que no tenemos perspectiva para percatarnos de ello.

Podemos quizá percibir sutilmente que tenemos cierto temor social, que no estamos integrados, que tenemos miedo sin motivo o incluso crisis de pánico… pero no caemos en la cuenta que ese miedo fue el caldo de cultivo de nuestro primeros dos o tres delicados años de vida. El miedo, la falta de apoyo y seguridad, fueron la primera impresión, los primeros “datos” que nuestro cerebro incorporó, y con él toda nuestra persona. Aunque luego sucedan cosas positivas que palíen en cierto grado eso, será muy difícil hacer desaparecer las huellas que todo ello nos dejó.

Si nuestros padres o las figuras adultas que nos cuidaron, nos hicieron sentir inútiles, cargaremos el resto de nuestra vida esa misma sensación… Por eso, tal vez seamos esa persona que siempre está justificándose e intentando caer bien (transfiriendo la primera impresión que nuestro niño interior aún recuerda: no hago las cosas bien, no me van a amar ni aceptar).

Solemos pensar que tenemos una personalidad, sin más, sin preguntarnos el coste diario que nos suponen ciertas cargas del pasado, y sin plantearnos qué de todo ello podemos remover y sanar.

Y sucede algo y muy importante para el tema que nos ocupa: cuanto más vacío quedó adentro, más necesidades tendremos en la vida adulta. Si algo no quedó tranquilo y satisfecho en mí (por ejemplo: no fui valorado) permaneceré intranquilo el resto de la vida y buscaré compulsivamente que sea resuelto en cada persona –pareja, especialmente- que me vaya encontrando. Y ahí comienza la relación distorsionada… la relación de objeto, pues esa pareja se convierte hoy –en el presente- en el objeto sobre el cuál se me dispara con fuerza una ilusión: “satisfará mis necesidades más profundas”; aquéllas no resueltas en su debido momento. Esto no es algo que la persona recién enamorada se plantee conscientemente, sino que se trata de toda una experiencia vital que nos genera una serie de movimientos interiores de sobra conocidos por todos.

Estarán sentándose así las bases para convertirse en una pareja tóxica, en la que su experiencia subjetiva sobre el otro/a, siempre le lanzará el mismo mensaje: “no veo que me ames” (si la carencia fue de amor). Estará así transfiriendo su interior herido, proyectando la ausencia de amor materno a su pareja actual, distorsionando la relación real y todas sus posibilidades.

Si las bases en la infancia no son puestas de forma que nos aporten plenitud, impulso vital y confianza en nosotros mismos, toda nuestra vida estará “teñida” de lo que Karen Horney llama “ansiedad básica” (un potente sentimiento de inseguridad provocado por el pánico que en otro tiempo tuviera el infante de ser abandonado o maltratado por los padres).

De adulto, cada uno desarrollará las estrategias que buenamente pueda, unos serán ariscos y vengativos con personas inocentes a las cuales ven con el filtro de su rencor hacia los padres, otros por el contrario serán sumisos y serviciales para “asegurarse” que los amarán…. Pero son, sea cual sea la forma que adopten, relaciones tóxicas, relaciones desde la transferencia, desde el síntoma y enfermedad, desde el fantasma interior que cada uno porta, desde su niño herido… y no desde una realidad adulta, madura y objetiva.

De ahí que la psicología haya escrito tantas teorías y profundizado tanto sobre el apego. Éste se da en la infancia y no nos abandona ya para el resto de nuestra vida, pero en la vida adulta puede adoptar la forma de un apego infantil, y ese sería el problema.

Avanzar hacia formas de apego adultas, debe ser uno de nuestros objetivos.

Continúa en la Parte 4 Leer.

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Olga Rivas Corrales


Fue paciente del Lic. Axel Rozen, ver comentario realizado por ella sobre dicho tratamiento.

  • Profesora de primaria.
  • Título de Grado en consultoría psicológica por la Bircham International University.
  • Acreditada legalmente por la Asociación Española del Counselling.
  • Amplia formación en psicoanálisis y psicología transpersonal (máster).
Puedo trabajar con cualquier cuestión psicológica y emocional en personas que no tengan diagnosticos competencia de un licenciado en psicología. Es decir trabajar los malestares de personas global mente sanas.  Mis ámbitos de mayor interés son los problemas psicopedagógicos en adolescentes ( cuando ambos aspectos van unidos ) y las adicciones amorosas en adultos , pero cualquier cuestión que se me presente me resultará igualmente motivadora.

cursospsiorc@gmail.com

http://ayuda-psicoemocional.webnode.es

Autora del libro: Planeta tierra nada es lo que parece.

BIBLIOGRAFÍA Al final de la última parte publicada.

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