Esta es la segunda parte del artículo, Leer Parte 1 "El enamoramiento es un síntoma"
1.2 Concepto de síntoma:
Continuemos dando respuesta a estas incógnitas, desmenuzando ahora el término “síntoma”:
La palabra síntoma, usada en el contexto del habla cotidiana, designa una señal, un indicio observable, visible, detectable, que remite siempre a OTRA COSA, a ALGO QUE LO PRODUCE. Es como la punta de un iceberg, la cual nos indica –es síntoma- de que una grandísima masa de hielo se haya debajo, sumergida e invisible. La punta del iceberg es indicio de algo mayor que está sumergido.
El síntoma, para la medicina, es aquello por lo cual un paciente consulta, lo que no funciona correctamente, lo que lo aqueja (“me duele la cabeza”, “noto tensa la cervical”). El médico debe buscar la raíz de ese síntoma, nunca tratarlo o engañarlo (recetando por ejemplo un anti-inflamatorio para el dolor de cabeza sin saber de dónde proviene el mismo). El síntoma “sólo” nos avisa, pero no es la enfermedad en sí, no es la situación desestabilizadora, no es la raíz. Una relación de pareja turbulenta y dañina es síntoma de estados personales altamente desequilibrados, y de altas cuotas de sufrimiento. La forma en que nos enamoramos, ya es en sí un síntoma; remite a nuestro interior, que no se ve fácilmente.
Repitiéndolo con otras palabras: el síntoma es señal de que en algún aspecto de nosotros mismos, no hay orden. Es negativo pero a la vez positivo, por su función de aviso, que nos prepara para ponernos en movimiento hacia una potencial curación.
Según el diccionario, “síntoma”, del latín: symptōma, es la manifestación subjetiva de un estado patológico... Los síntomas son descritos por el individuo afecto más que observados por el examinador. Es el indicio o señal de que algo está sucediendo o va a suceder en el futuro. Se “manifiesta” , se pone en evidencia afuera, porque dentro algo no anda bien. El síntoma nos llama la atención: hay que cambiar o hacer algo.
El concepto de síntoma es aplicable tanto a los niveles físicos del ser humano, como a los mentales, emocionales y espirituales. Y es así mismo aplicable tanto a nivel individual como social. Por ejemplo: que tantos jóvenes recurran a la droga es “síntoma” –señal, llamada de atención- de que estamos criando y educando a nuestros hijos de una forma errónea en uno o varios de sus aspectos, ya que de otro modo esa juventud no daría “síntoma” de tal vacío y desorientación que busca consuelo en las sustancias tóxicas.
Adicción devela una carencia de realización y felicidad.
Si los adolescentes y jóvenes se sienten vacíos y sin referentes sólidos que deberían ser transmitidos a través de su familia, intentarán llenar sus carencias a través de la droga. La adicción a la droga es el síntoma de un estado personal alejado de la realización y de la felicidad. La adicción intenta tapar y desoir la intensa desmotivación interior que se sufre. Tratar el síntoma sin más (evitando por ejemplo su acceso la droga) es tanto como no hacer nada, ya que dicho síntoma es sólo la parte externa de un estado interior enfermo, dañado, sufriente; no es más que la parte visible del problema, que permanece latente y callado –de momento- en el fondo de cada persona y/o grupo social.
Uno podría ser físicamente alejado de la droga (en un Centro especializado, por ejemplo) y hasta podría decidir con fortaleza y voluntad no volver a consumirla jamás, pero sin afrontar el núcleo de la cuestión, esa persona siempre será proclive a todo tipo de bloqueos y nuevas dependencias, sean éstas a sustancias, a personas o a actividades, pero serán dependencias. El fondo, mientras no sea resuelto, adoptará nuevas formas cada vez, a modo de progresivos intentos que calmen el sufrimiento.
Para el psicoanálisis la noción de síntoma va más allá que el de la Medicina. Nos da luz sobre algo que de otra manera nos pasaría desapercibido: para el psicoanálisis el síntoma es solución y problema. Es “solución” porque a través del síntoma el sujeto sostiene cierto equilibrio, es una solución de compromiso, para evitar males mayores. Hay una especie de “satisfacción secundaria” en el síntoma. De ahí que mucha gente –de forma no consciente- presenta resistencias hacia la idea de su curación. Pero realmente es un problema porque el síntoma hace sufrir al sujeto: mejor lavarse las manos 40 veces al día de forma compulsiva, que vérselas con un trauma imposible de soportar: el recuerdo de que mi madre me va a pegar como lo hizo durante años todos los días, o la culpa intensa que siento por mis deseos sexuales, o la humillación a la que me sometió un profesor en mi más tierna infancia. Es mejor –en cierto modo- acallarlo con actos compulsivos, pero hay sufrimiento, hay algo que se lleva a cuestas, hay una vida vivida a rastras...
El síntoma me satisface, me calma porque reprimo el problema real, me defiendo inconscientemente así de él, ya que me resulta demasiado doloroso; es una “solución de compromiso”, repito, pero es malestar, me quita calidad de vida, me esclaviza y provoca sufrimiento, y si no lo atiendo puede pasar de ser un síntoma neurótico (con cierto nivel de “normalidad”) a convertirse en un síntoma psicótico (aumentando por tanto su gravedad y sus consecuencias) o finalmente puede incluso llegar a enfermedad corporal.
Hay que bajar por la escalera del síntoma hasta las profundidades del desván oscuro de nuestro interior, donde se halla la verdad, lo que realmente hay que solucionar, desbloquear, liberar.
Freud y Lacan
Freud termina diciendo que el síntoma es al mismo tiempo algo que genera malestar pero que implica una satisfacción y que surge como resultado de una verdad inconsciente. Lacan dirá más adelante que el displacer que el síntoma aporta a la vida del individuo y del cual éste se queja, tiene algo de engañoso ya que enmascara el motivo principal de su existencia y su fortaleza: el goce que aporta al sujeto.
¿Qué hacer con eso que no funciona pero que a la vez hace que funcionemos de algún modo? El sujeto –en el mejor de los casos sabe que su síntoma le hace sufrir a él y a otros. Cuando tiene consciencia de esto, tiene que tomar una elección responsable: curarse, salir de ahí, y liberar de ese modo también a los demás de las consecuencias que protagonizaban.
Los síntomas pueden ser físicos o actitudinales, como veremos a lo largo de este trabajo. Si tendemos a la agresividad y a la posesión hacia la persona “amada” (lo mismo también que si tendemos a la más absoluta de las frialdades) esa tendencia en nosotros es síntoma; nos señala toda una realidad interior enterrada y necesitada de sanación.
Freud, nos sigue diciendo Pilar Posada, habló de elección de objeto, de elección de neurosis. Lacán habla de elección de estructura, de elección del síntoma. La palabra elección denota una participación activa del sujeto, la preferencia de una opción frente a otras o, al menos, tomar por cuenta de uno mismo una vía y no otra u otras…
Nótese que hablamos –insisto- de personas “normales”, que podemos tomar las riendas de nuestra vida y encarar nuestro propio síntoma. La autoconsciencia de que algo no anda bien en nosotros, es un hecho.
A veces “preferimos” seguir siendo agresivos, para no enfrentar nuestro mencionado “desván” interior y nuestro deber a la ética y obligaciones para con otros mismos. En otras ocasiones, habrá complicaciones y contextos con dificultades de diversa índole, pero en general, el ser humano –hundido en el síntoma- está llamado y capacitado para salir de él y levantar vuelo.
Esta es la novedad del psicoanálisis: el sujeto es RESPONSABLE. No somos sólo, ni siempre, víctimas. Puede suceder así, indudablemente, en algún momento de nuestro recorrido de vida, a veces ciertas situaciones de necesidad y/o carencia nos obligan de algún modo a soportar situaciones nada dignas, o profesar actos indignos a otras personas, pero si siempre es así, tendremos que preguntarnos sobre nosotros mismos qué nos está pasando (preguntarnos: ¿son todas las situaciones realmente inevitables?).
A la vez, el psicoanálisis libera al sujeto de toda crítica destructiva. Más bien todo lo contrario, le anima a no censurar su síntoma, a quererse a sí mismo, sujeto sufriente y dividido entre lo que ve y lo que no ve, sin olvidar ponerse en camino hacia su propia unidad interior; no se trata de una cuestión moral, no hay ni buenos ni malos; se trata de lo que uno “es” como consecuencia de su propio itinerario vital previo y sus elecciones. “Decir bien” sobre los síntomas, sobre nosotros mismos en definitiva, va a transformarlos. El sujeto analizado va a saber que es sujeto que elige, y también va a reconocer cuántas veces fue objeto de la elección de otros. Tomando consciencia de ello y de los efectos negativos que le causaron a él (deviniendo en síntomas) puede hacer algo constructivo y creativo, comenzando una nueva etapa.
Tercer ejemplo.
Pero pongamos un tercer y último ejemplo, ahora más directamente relacionado con el tema que nos ocupa: una pareja de enamorados. E imaginemos en este ejemplo que, una de las partes, descubre a la otra en actitud íntima con un desconocido, desencadenándole un intenso estado de malestar, enfado y celos. ¿Sería sintomático de “algo más” esta reacción? ¿O se puede ver como la consecuencia lógica –humanamente comprensible- de una vivencia negativa y a su vez real? Considero que sí. ¿Quién no se siente enfadado ante un engaño y quién no tiene miedo ante una posible pérdida?. Seguramente así opinamos la mayoría de las personas.
¿Qué sucede sin embargo si a esa parte de la pareja se le desencadenaran las mismas emociones (celos, ira, persecución….etc.) en ausencia de cualquier dato real que las motivara? Sospechar continua e irracionalmente, mostrarse sin causa y permanentemente enojado con el partenaire, andar todo el día irascible y haciendo de detective sin que haya motivos reales que susciten esas conductas. Si esto sucediera, entonces podemos hablar de “síntoma”, pues esas reacciones sin fundamento estarían poniendo de manifiesto la situación global de desequilibrio que esa persona padecería (inseguridades, conflictos sin resolver, represiones…).
No serían reacciones por “amor” sino por “enamoramiento patológico” porque ni siquiera sería un enamoramiento correctamente vivido (conservando cierto equilibrio y madurez) sino un enamoramiento sintomático , es decir, no saludable. Esa persona estaría viendo a la pareja con el filtro de su pánico interior a padecer infidelidad (entre otros) pánico que lo proyecta, lo transfiere a la persona “amada”, y por tanto se interpone, no la vé a ella, sólo vé su propio delirio proyectado en ella, confundiéndolo. Insisto: no estaríamos hablando de amor, sino de enamoramiento, y un enamoramiento sintomático: un enganche “desde lo enfermo” . Estas parejas aunque racionalmente observen la necesidad de alejarse, no suelen lograrlo; son relaciones adictivas porque se hallan inmersos en la proyección, transferencia y espejismo de que “eso” es lo que vitalmente necesitan.
A este tipo de parejas, mientras los une el síntoma (por ejemplo una persona con un carácter posesivo, controlador y con miedo a la soledad, que se une a una pareja con carácter dependiente y necesidad extrema de protección): mientras esos problemas subyacen a la relación, sin duda la pareja permanecerá unida… unidos por sus respectivos síntomas (uno que necesita poseer y el otro que necesita ser poseído). Pero cuando uno de los dos renuncia al goce mezquino (a la ganancia secundaria) de tales síntomas, y se arriesgan a perder seguridad, conscientes de que así no pueden vivir, es decir, cuando uno de los miembros de la pareja "se cura”, desaparece la raíz del problema, y tras ella el síntoma. Se comienza a percibir a la pareja y a uno mismo tal cual son, sin idealizaciones ni distorsiones, y en la mayoría de los casos remite el interés y surgen opciones de ruptura. La persona que empieza a despertar percibe ante ella todo un abanico de nuevas y saludables posibilidades, que llevan a poner en alerta a la otra parte de la pareja. Esto le va a provocar enorme inseguridad. La parte que comienza a sanear su relación consigo misma y el mundo, optando por una vivencia más libre, sana y no adictiva, se experimenta también realizada por fuera de su relación amorosa, y esto normalmente no va a ser bien aceptado por la parte aún dañada de la relación.
Pues bien, ese es el sentido que Freud, Lacán y todos los grandes psicoanalistas dan a la expresión de “amor como síntoma”: el amor (de enamorados) como indicio o señal de un estado que podría considerarse patológico en la persona, equiparando el enamoramiento a un estado de neurosis pasajera. No es que el enamorarse enferme, sino que ese enamoramiento pone de manifiesto lo que ya estaba enfermo y latente en la persona, previamente.
Por eso se dice que el enamoramiento es un estado de locura transitoria. Cuando se ama desde el síntoma, vemos al otro a través de un filtro (el nuestro propio y subjetivo) pero no nos damos cuenta cabal de ello, creemos realmente que el otro es así (por el movimiento transferencial, tantas veces mencionado).
En el enamoramiento se pasa de la realidad a la fantasía, a lo imaginario; eso que no está resuelto “en mí”, se interpone entre mi persona y aquélla que es ahora objeto de mi deseo (en sentido amplio).
El enamorado está enajenado (está dependiente de terreno ajeno). Esa enajenación está muy aceptada socialmente y puede producirnos temporadas de placer y bienestar, alegría, esperanza, sensación de plenitud al lado de la persona amada…. Está bien visto, e incluso nos alegra e ilusiona que un individuo “pierda la cabeza” por otro. Pero si hay cosas por resolver en uno o en ambos, no se hará esperar mucho la fase de turbulencias y problemas de todo tipo, que adoptarán diversos niveles de gravedad según los casos.
A menudo desde el primer día que conocemos a alguien, percibimos que es un don juan –por ejemplo- o una persona egocéntrica con pocas posibilidades de que cree un vínculo afectivo mínimamente aceptable; sin embargo, nos enganchamos frenéticamente porque le vemos “como deseamos que sea” (proyectando nuestras necesidades, en el movimiento transferencial) y en lugar de poner freno y trabajar esa proyección, esa idealización, ese enamoramiento potencialmente problemático, seguimos adelante… hasta que ya no hay vuelta atrás. La neurosis “saca” de la realidad, en lugar de ver los propios traumas y problemas sin resolver.
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Olga Rivas Corrales
Fue paciente del Lic. Axel Rozen, ver comentario realizado por ella sobre dicho tratamiento.
- Profesora de primaria.
- Título de Grado en consultoría psicológica por la Bircham International University.
- Acreditada legalmente por la Asociación Española del Counselling.
- Amplia formación en psicoanálisis y psicología transpersonal (máster).
http://ayuda-psicoemocional.webnode.es
Autora del libro: Planeta tierra nada es lo que parece.